jueves, 10 de diciembre de 2009


Alta cultura, cultura europea y conflicto social

Pau Rausell Köster expone en el comienzo de su libro Cultura. Estrategia para el desarrollo local que la cultura no es buena per se, y que cultivar la cultura y las artes no nos tiene porqué hacer mejores personas. Los Medici y los Borgia son perfectos ejemplos de ello. Aunque se pueden rastrear conflictos más cercanos generados a partir de roces culturales.

Yo tenía intención de comentar aquí el uso de las políticas culturales en zonas de conflicto, que no siempre es para fomentar la paz y la cohesión sino al contrario; pero como de eso ya habló Nuria Arbizu y ayer encontré un artículo en el diario El País también aplicable a este razonamiento dejaré el Ulster para otro día.

El 7 de diciembre se inauguraba la temporada en la Scala de Milán. Lo más alto de la alta cultura. La ópera reúne siglos de arte europeo en su más alta expresión, uniendo literatura y música, código teatral y un marco de artes visuales.

La obra era la que algunos consideran el mejor ejemplo de cultura europea, compuesta por un francés con libreto en italiano basado en el relato (de otro francés) que se desarrolla en España, Carmen. Además en este caso el director musical era Daniel Barenboim, que también porta medio mundo entre ascendencias y nacionalidades.

La obra fue un éxito, irregular, con muchos aplausos para la música y notables indignaciones ante la puesta en escena. Pero lo más reseñable es que a la entrada del teatro se manifestaban ciudadanos contra los asistentes al evento. Si tenemos en cuenta que las entradas costaban en tre 50 y 2000 euros y que un espectador convencional gasta notablemente más que el precio de la entrada (por desplazamiento, tiempo invertido, etc...), lo que el Presidente de Gabón o el de Senegal puede gastar por ir a Milán a ver una ópera seguramente producirá sonrojos.

Y sí, seguro que había más de un milanés que no fuera millonario y seguro que son muchos los que hubieran podido pagar 50 euros por la entrada, claro que la imagen de terreno exclusivo para las castas altas supone una ofensa para otros milaneses en paro o con sus sueldos mermados y que ven cómo inmigrantes que son admitidos en las escuelas son desalojados después de sus casas por excavadoras (hecho que merece un análisis aparte).

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